sábado, 15 de octubre de 2016

El Nobel a Bob Dylan, o la Loca, Loca Historia de los Escritores.

Nobel a Bob Dylan, o la loca, loca historia de los Escritores.

En el principio nadie escribía, se contaban historias alrededor de la hoguera y se cantaban canciones, no hizo falta nada más durante ciento noventa mil años, luego, apenas hace diez mil, se inventó la escritura como medio para organizar la economía y las leyes. Entonces algunos listos empezaron a copiar sobre tablillas de barro o en papiros los miles de años de literatura oral que los precedían. Por eso la historia de Gilgamesh ya tenía una estructura perfectamente definida, y que aún podemos encontrar hoy día, por ejemplo en la próxima película de Star Wars. Todo lo había inventado gente cantando alrededor de una hoguera durante decenas de miles de años sin nada mejor que hacer en horario de prime time (ese ratito entre que dejas de buscar comida y te duermes). La diferencia es que aquellos listos que se copiaron de tantos autores orales anónimos podían poner su nombre al pie del escrito y decir que era original suyo. Así nacieron los escritores. No eran muy distintos a los reyes o poderosos que escribían su nombre en pedazos de piedra y decían que tal o cual territorio que llevaba millones de años allí era suyo. La literatura no puede deshacerse de ese componente de ego elitista y territorial. Tirar una meada para marcar territorio espacio-temporal, para dejar un recuerdo en los demás o tal vez seducir a alguien para transmitir los genes. En ambos casos el objetivo es el mismo: trascender la muerte.


Ese proceso se ha repetido numerosas veces en la historia, de forma paralela al desarrollo de la tecnología para transmitir ideas. Primero en cuevas, pedazos de piedra y objetos perecederos, borrados por el tiempo. Después en tablillas de barro en la actuales Siria e Irak, que si han dejado algún recuerdo para la posteridad en porque alguien le pegó fuego a la biblioteca en alguna guerra y se cocieron todas. Los papiros en Egipto se pudrieron todos menos lo poco que quedo pintando o grabado en tumbas, palacios y templos. A saber lo que pensaba la gente normal. Solo nos ha quedado lo que pensaban sacerdotes, funcionarios, escribas y faraones. En la antigua Grecia todo empezó con hermosos efebos cantando largos poemas en banquetes, así que vete a saber quién fue Homero en realidad. Tal vez alguien escondido tras el diván con papiro y pluma copiando a toda prisa. Los romanos le pegaron fuego a la Biblioteca de Alejandría, a saber cuántas historias ya inventadas en la antigüedad que luego tomamos por modernas y originales se perdieron aquella noche. Los monjes de los monasterios copiaban todo lo que le interesaba en libros de pergamino hechos con pieles de animales, a saber todo lo que decidieron no copiar porque no encajaba en su rollo. En la edad media los mongoles le pegaron fuego a la biblioteca de Bagdad, no todo iba a ser culpa de los malvados cruzados occidentales.

Entonces, en tierras de cruzados, llegaron los trovadores, que eran como los que cantaban en banquetes de la antigua Grecia pero con leotardos, guitarras raras, y tal vez alguna primitiva armónica. Iban de pueblo en pueblo transmitiendo cuentos, historias, cantares y poesías, noticias e ideas políticas. Compartiendo caminos polvorientos con toda clase de gentuza: ladrones, mercenarios, putas, saltimbanquis, villanos, y mercaderes. Gentes que seguían contando historias de forma oral como habían hecho desde el principio de los tiempos. En ellos los de las guitarras raras encontraban ideas e inspiración. Algunos trovadores escribían sus historias en trozos de pergamino o pliegos de hojas de papel para ayudarse en su tarea, pero en esencia, sus principales herramientas seguían siendo su memoria y su voz. Aquellos pliegos nos han dejado textos fundacionales de la literatura occidental, como El Cantar del Mio Cid.


Ah, pero entonces se generalizó el uso de papel, se inventó la imprenta y comenzó el despiporre. De pronto se podía poner sobre papel de todo y mucho más fácilmente que teniendo que despellejar terneritos de ojos insoportables en un frio monasterio. Montones de mercaderes y listillos se pusieron manos a la obra, dedicándose a poner el oído en tabernas y castillos, correr a escribir todo antes de que se les olvidara, y poner su nombre debajo, para luego decir que lo habían inventado ellos y vender el libro a los incautos. A saber quién (o quienes) fue Shakespeare™ en realidad. Esto dio lugar al complicado matrimonio por interés entre escritores dueños de derechos de autor y mercaderes dueños de imprentas que con el tiempo dio lugar a esa cosa monstruosa llamada INDUSTRIA EDITORIAL. El ser que durante quinientos años dominó el pensamiento del mundo, y definió que era literatura y que no lo era, que era lo normal y que no lo era, que cultura era superior o inferior, alta o baja, popular o de listillos, modelando la opinión pública, alimentando guerras y revoluciones. Quien no sabía leer o escribir ni tenía una imprenta no existía.

Pero entonces, a finales del siglo XX el malvado imperio cometió un breve error llamado Internet. Gente que hasta entonces se limitaba solo a leer, ahora escribía y copiaba sin permiso cosas con un nombre al pie, lo transmitía fácilmente sin ningún control paternal, y lo peor de todo: GRATIS. El viejo matrimonio mal avenido corría histérico por el salón victoriano tirándose de los pelos “¡Pero mira que cosas escriben, cuantas faltas, es la degeneración, la caidita de roma, el horror, el horror, si lo ponen con caritas no es literatura, este año he tenido mil millones en pérdidas imaginarias, me van a hundir el negocio, pero no lo entendéis, si no pagáis a los autores vais a destruir la cultura humana, los niños, ¿es que nadie piensa en los niños?! ¡Aaah, la incultura del todo gratis traerá el cambio climático, sucios ladrones vendidos al consumismo por repartir cosas gratis, es la extinción, vamos a morir todos!” Era como volver al punto de partida, pues millones de personas que en otras época solo habrían existido como cultural oral, ahora de pronto recibían el poder hasta entonces reservado a escribas, sacerdotes, aristócratas, burgueses, editores y escritores… En aquel momento gente que se había pasado la vida despotricando contra el capitalismo que los oprimía demostró de qué estaban hechos en cuanto les tocaban el bolsillo. Cuando caes de tu elevado pedestal de nuevo al camino polvoriento, el golpe duele y deja medio alelado. La realidad es que no hay vuelta atrás. Si todo el mundo puede escribir y transmitir sus ideas con la misma facilidad que quien gruñe en un bar o canta en la ducha, ya no haces nada demasiado especial. Ya no vale solo con escribir, ya no vale solo con saber pintar en cuevas, usar estiletes, plumas o manejar tabletas. Hay que ofrecer algo más, o cuentas algo realmente bueno e interesante, o cantas… Como los trovadores que inventaron la literatura romántica andando por carreteras entre buhoneros y putas.
 

Y en eso estamos. Conforme la polvareda baja se va viendo como San Google o el Sha de Facebook van arreglando las cosas para poner todo en orden de nuevo y subsanar ese breve error, mientras montones de idiotas dan al traste con la esperanza usando internet para transmitir mierda y acosar a la compañera de clase con gafas raras... y en mitad de todo el caos y la niebla de guerra van y le dan el nobel a Bob Dylan. Y digo yo, pues ya era hora ¿no? que reconocieran a un puto trovador, que fueron los que les montaron el circo. Sin embargo, mucho escritor y friki de la literatura, en lugar de alegrarse, prefiere aprovechar para echar la meadita y marcar territorio.