domingo, 11 de enero de 2015

Hasta en la Sopa


Hoy presentamos, un microrelato inédito que escribí ayer. Va de ese género del terror que no me atrae casi nada por ser poco más que una forma de satisfacer instintos homicidas y misántropos de forma masiva y usando todo tipo de armamento improvisado, pero como cada vez que digo que me mola la ciencia ficción y variantes todo el mundo da por sentado que debo escribir sobre eso, pues al final lo han conseguido, buahahah





Hasta en la Sopa


Pensó que sería una cena como cualquier otra, se equivocaba. Se sentó a la mesa, se puso diligente la servilleta, y esperó con apetito al primer plato. El cocinero plantó el puchero sobre la mesa y empezó a servir la sopa a cada comensal. El aspecto oxidado del cacharro y verdoso del nutritivo líquido se podía considerar dentro de lo normal, la crisis no daba para vajillas de porcelana o ingredientes de sultán. El vapor tenía un olor penetrante que invitaba a coger la cuchara. Así lo hizo, y se la metió en la boca sin dudar. Que buena estaba, llena de blandos tropezones que se deshacían con la lengua al presionarlos contra el paladar, inundando la boca de sabor y el estómago de calorcillo. Sin embargo, de cuando en cuando, al romperse, soltaban un tufo nauseabundo, que irritaba las fosas de la nariz. Frunció el ceño. Con un leve soplido apartó el vaho y miró fijamente el plato, una capa viscosa cubría la superficie. De pronto un bracito esquelético y putrefacto asomó entre las bolitas de pasta y un trozo de zanahoria. Entonces se dio cuenta con horror que todo el plato estaba lleno de figuritas humanas en diversos estados de descomposición y deterioro, que se arrastraban, perseguían y devoraban unas a otras en masa, mientras se revolcaban en cieno nutritivo. La  arcada fue tan fuerte que su vómito regó la pared. Los restos de los tropezones resbalaron por el viejo, sucio y roto empapelado: minúsculos miembros humanos, vísceras gelatinosas, huesecillos blandos, como de codornices servidas por navidad. Mientras el resto de comensales tiraba la papilla por doquier y el cocinero reía malvado, se asomó al balcón y, con grandes alaridos, culpó a Hollywood.