miércoles, 23 de diciembre de 2015

Buscarte



Nuevo relatito, sobre eso del amor y los móviles...



Buscarte

Triste porque él ya no la llamaba, ella decidió buscarlo en su móvil. Se hizo pequeña, se desnudó hasta quedar en bañador y con un grácil saltito, se sumergió en la pantalla táctil. Ya estaba dentro del aparato, dispuesta a encontrarlo, pero en lugar de etéreo mundo de electrones y cuantos que esperaba, se vio rodeada por desfiladeros verdes y acantilados de metales raros. Sola, apenas cubierta por un pedazo de tela acrílica, caminó entre los fríos muros bajo un cielo de plástico negro. Se perdió varias veces en el laberinto fabricado en Taiwán, Singapur, Lahore y San Diego, California. Sin embargo se sabía una chica tenaz y pronto volvía a dar con la dirección entre las calles de circuitos integrados. Tropezó con el cerebro de demasiados núcleos, donde pudo calentarse, y siguiendo las autopistas doradas llegó hasta la memoria. Si miraba dentro sabría si él entraba en su perfil, la hora real en que se iba a dormir, y lo que se decía con las otras chicas, esas que llamaba amigas... Retrocedió asustada, no quería saber eso, solo quería estar con él. 

Su bañador se desgarró al engancharse en una soldadura, se manchó los pies de sangre al pisar una aleación traída del Congo y no veía la salida del bosque de patillas plateadas. Se dio cuenta que si la batería se gastaba, quedaría atrapada en su móvil para siempre. ¡Joder! Encontrar a alguien en el teléfono era más complicado de lo que ella había creído, y aunque lo lograra, todavía tendría que atravesar el pantano del sueño, la selva de las otras conversaciones y el desierto sin tiempo. ¡Qué fácil sería todo si él la llamase! Al gritar desde las profundidades del aparato él pudo oírla, al fin, pero tenía tres grupos de charla abiertos a la vez y se tomaba una cerveza con alguien... Así que la pobre vocecita se perdió, ignorada, en el ruido del terraza. Entonces ella supo la verdad. Se hizo un ovillo bajo un condensador y cuando la luz se agotó del todo, lloró, desesperada. Era inútil, incluso si llegaba hasta lo alto de la montaña, todavía tendría que pasar la prueba real: quedar con él... y eso solo sería el principio. Desnuda a lo feo, mugrienta, con el pelo hecho un desastre y las uñas rotas, tal como estaba, no cabía duda que la cita sería un desastre. Lloró, desconsolada, largo rato. 

De repente una claridad la iluminó. Era el fantasma de la fuerza de Steve Jobs. Lo miró atónita sentarse a su lado. Le contó que su idea era crear un artilugio para comunicar a la gente, pero al darse cuenta de que solo había inventado una barrera más entre las personas, supo que había fracasado y decidió exiliarse. ¡Pero tú te moriste de cáncer, cabrón! Le chilló ella, incrédula. Jobs admitió que era cierto. En realidad era mentira: no se arrepentía en absoluto. Crear una barrera te hace imprescindible para cruzarla, lo cual lo hizo asquerosamente rico y una especie de dios absurdo, pero al menos creó algo bueno con Pixar... Movió leve su mano.

Ella se encontró de nuevo en su habitación arrasada, sudorosa en el suelo, a su lado estaba el móvil destrozado. Su madre aporreaba la puerta, angustiada, preguntando qué le pasaba.