Al final lo que ha decidido la que será mi primera novela no
ha sido una votación, que lo más seguro habría acabado en desastre dado lo
volátil que es esto de las redes sociales y lo rápido que la gente olvida, sino
el taller de escritura creativa, que para eso está.
Así que el proyecto agraciado por el destino es:
La Noche del Divorcio Traumático
La guerra se hace por amor.
La bonita, triste y dura historia de una abuela y su nieta,
que vive entre dos mundos, uno dominado por el hombre, la Civilización, y otro
centrado en las mujeres, La Red, dos modos de vida destinados a entenderse,
hasta que dejan de hacerlo. Historia de un divorcio geopolítico causado por el
choque cultural y el amor a los tuyos.
Ya está terminado el primer capítulo que re-subiré completo
un día de estos, 26 paginas A4 en Arial 10, no sé si es corto o largo para
estos tiempos de lectura fugaz, desdén por saturación y olvido rápido... Como
presentación os dejo un fragmento de algún capitulo siguiente, no sé si ira en
la versión final, pero os molara, pues es mi típica cosa erótico festiva y
perversa… …así en plan sutil, y creo que un momento en el que la hija define
bien a María, su madre.
Ah, y es el momento que más o menos justifica de forma
incompleta la cita de Jim Morrison (The Doors) con la que da comienzo la
novela.
Ave de presa, Vuela alto, En el cielo del verano
Ave de presa, Vuela alto, Pasa ligera
Ave de presa, Vuela alto, Soy yo quién va a morir
Ave de presa, Vuela alto, Llévame en tu vuelo
Como detalle morboso diré que estaba escribiendo esto a la
vez que sucedían los atentados de París del viernes 13, empecé sobre las 21:30
y me enteré de lo que pasaba más o menos cuando iba a empezar el último
párrafo. Ah, pero la versión final se parece poco a la primera que escribí, así
que si os parece que hay cambio de tono, no os lo creáis. ¿Por qué no me
enteré antes? Porque, como hago de cuando en cuando, mientras lo escribía tenía
puesta a volumen la BSO del fragmento… que incluyo completa al final.
Bird of Prey
Steven la esperaba junto al aparato, ya alineado con la
pista, bajo el cielo encapotado.
La cazadora de cuero llena de garras plateadas y el casco
oscuro le daban un aspecto siniestro y misterioso, cosa que él se encargaba de
recalcar a conciencia: se había cerrado la visera de espejo y se calzaba los
guantes, apretando los puños. Cualquiera que supiera dos cosas sobre de mi
madre sabía que con ella, eso funcionaba.
María, mi madre, se acercaba por la pista, con su delicada
figura bajo un vestido color crema de larga falda plisada, el pelo castaño
recogido en una cola de caballo que le llegaba a la cintura, el bolso y los
complementos perfectos para la tarea, y un pañuelo impoluto rodeando su esbelto
cuello. Su sonrisa crecía tras sus grandes gafas de sol conforme se acercaba al
aparato.
Una flamante Águila de La Red, chapa atornillada y
reluciente, un modelo de instrucción de dos plazas en tándem, con su motor
radial hermético, las recias alas y los pesados filtros contra la ceniza.
Perfecta para volar sobre un mundo muerto, convertido en una tabla rasa.
Su abuela siempre la llamaba aguilucha, porque como futura
madre sería un águila. No una leona que muerde el lomo de sus cachorras, sino
la que las hecha a volar libres. Tenía razón. Steven le ofreció la mano
enguantada para que subiera la escalerilla, y mi madre encantada. Un hombre
como debe ser, que había dado en el clavo, ofreciéndole su bautismo de vuelo.
Las piernas de mi madre aparecieron en la cámara instalada
sobre el asiento trasero, con sus finas pantorrillas envueltas en las cinchas
negras de las sandalias. Se acomodó en la espartana cabina, mirando alrededor
con curiosidad, saboreando la experiencia. Se colocó bien el pañuelo entre sus
hombros desnudos, su piel suave y clara contrastaba con todo lo que la rodeaba:
cuero remachado, angulosos controles, manivelas metálicas, rebordes acerados.
La carlinga de grueso cristal se cerró sobre ella con un duro chasquido. Esbozó
una sonrisa tímida.
Steven había dejado su casa en la ciudad y casi que había
aprendido a pilotar para María. Arrancó el todopoderoso motor de pistones, que
hizo vibrar la gravilla sobre el suelo de asfalto. Mi madre se estremeció
entera, apretando las caderas contra el asiento. Se ató los cinturones.
Steven despegó feroz en turbo, ascendiendo casi en vertical
contra la capa de nubes. La atravesó de un solo tajo y la cabina centelleó como
una estrella. La capa de nubes y la tierra gris abajo, arriba, el sol y el
cielo azul profundo. María reía y decía cosas con toda la boca. La cámara no
tenía micrófono, pero mi madre resultaba más que expresiva. Se sacó las gafas
un instante y sus grandes ojos se llenaron de luz. Con cada violento quiebro y
giro temblaba, agarrándose a las correas, apretando los dedos hasta
blanquearlos. Steven sabía exactamente como pilotar para alegrarla bien. María
chillaba con cada zarandeo y empujón contra el metal, como una niña pequeña
levantada en volandas por su madre en el jardín de columpios desconchados. Se
olvidó del pañuelo y el pelo se le soltó de la goma, llenando su cara y el
lugar de cabellos salvajes.
El Águila volaba zigzagueando, dando bandazos entre torres
de ceniza, y mi madre insistía e insistía, Steven elevó el aparato en línea
recta y levantó un conmutador para ofrecerle los mandos. Mi madre contempló la
tremenda palanca de control, con su redondo y anguloso botón rojo. La agarró
con toda la mano, sintiendo el metal encuerado en la palma y los tornillos
entre los dedos. La palpó lenta, arriba y abajo, dos veces, y soltó una risita.
Rozó con el pulgar el botón rojo y la risita se tornó una carcajada abierta, al
recibir un nuevo empujón del avión. Alzó ambas manos, acariciando las teclas
del aire, y giró la cara hacia el puesto delantero, con una sonrisa maliciosa.
Le pegó un tremendo manotazo a la palanca con toda la fuerza
de su cuerpo. Se dobló entera y el aparato empezó a hacer trompos sin control.
Steven sabia pilotar, pero no tanto. Manoteó desesperado por los mandos y
agarró su propia palanca con las dos manos, sus bíceps apretaron la cazadora de
piel en un esfuerzo inútil. La avioneta se descompensó, se fue de varas, entró
en barrena, yéndose para un lado, para el otro, como un águila mareada, cayendo
de cola contra las nubes, dejando una estela blanca, hasta que Steven al fin
logró enderezarla de nuevo. Tomando un curso de vuelo suave y relajado después
de la locura. María se había sujetado con un brazo a cada lado de la cabina,
respiraba a pistón, y tenía el cuerpo entero bañado en sudor. Escupió pelos y
soltó una risotada enloquecida, como pidiendo guerra.
Con un elegante giro el Águila volvió a entrar las nubes,
más valía volver a tierra.
Tanto él como yo teníamos bastante, otro de esos momentos en
que pude no existir jamás.
¿Cómo pudo una mujer
así, tan dada a esos estallidos de vitalidad suicida, acabar con un ser como mi
señor padre, que la redujo a un fantasma de sí misma a base reventarle la cara
a golpes durante años? Es algo… que tiene una muy incómoda respuesta.
Y la BSO, obviamente el tema principal es la versión del Bird of Prey de Jim Morrison hecha por Fat Boy Slim, que ya tiene unos añitos.
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