miércoles, 14 de octubre de 2015

Primeros Capítulos: La Noche del Divorcio Traumático (1.4)



Hoy continuamos con la cuarta parte del primer capítulo de La Noche… En el tercero vimos a la hija de María, su madre, debatirse entre recuerdos y cámaras, para, al final, entre lágrimas, estar dispuesta a ver los videos sobre su joven madre que la vieja Alex le dejó…


Capítulo 1

Papá y Mamá


1.4

El Amor


Veinte años antes María, mi madre, era una romántica llorona. ¿Cómo podría definirla de otro modo después de ver el primer video?

Vivía entre dos mundos. Fue bautizada, escolarizada y todo su material escolar comprado por su legal y razonable padre, Buitre Blanco, que nació y creció en los Hogares nómadas hasta que el muy imbécil sentó la cabeza por amor. Por supuesto también estaba su madre, Raquel, una pionera roja caribeña de mucho cuidado, al menos de puertas para adentro, pues ella misma había elegido, comprado y decorado su propia cárcel. Donde María vivía junto con los variados hermanos y hermanas producto de esa unión. Pero cada vez que tenía una crisis emocional a la que iba a ver era a mi bisabuela Alejandra, la vieja Alex, su abuela.

El Hogar de la vieja Alex fue de los primeros en estar lleno de cámaras de red, antes de que nadie las llamara cámaras del juicio y ojetes. Estaban por todas partes: girando en lo alto de cada poste, mástil y antena, dentro y fuera de las tiendas de campaña, en los parabrisas de los camiones, colgadas de las marañas de cables, instaladas en cada esquina de las casas rodantes, sin olvidar que cada excavadora, apisonadora y grúa tenía  lo menos una docena incrustadas en la carrocería. No era por capricho ni un experimento de ingeniería social, en aquel momento había muy buenas razones para hacer algo así. Por eso tengo a mi madre grabada llorando a moco tendido desde todos los ángulos posibles. Por alguna razón mi señora bisabuela salvó y montó todas esas imágenes para mi disfrute y placer.

En un rincón, junto a una de las casas rodantes, bajo unos toldos y medio escondida tras unas hamacas, estaba mi madre. Entonces una hermosa y lozana flor colonial si no fuera por los parpados hinchados, los ojos enrojecidos y el rostro contraído en un goteante rictus patético.

Al otro lado de la mesa plegable de aluminio la escuchaba Luisa, una de las varias amigas de su edad que tenía en el Hogar. Su rostro curtido por el sol exhibía una placida sonrisa consoladora, puntuada por breves asentimientos de comprensión, seguidos de fotos con su enorme Interfaz.

Entonces aleteó una lona y apareció la vieja Alex con su habitual mono verde oscuro, plantó diligente un rollo de papel higiénico en mitad de la mesa y se dejó caer con todo su peso sobre una hamaca, dando un vaivén a su caótico peinado de bruja. Luego se estiró todo lo larga que era, agitando los pies hasta liberarlos de las sandalias, que cayeron de cualquier modo.

Mi madre agarró el rollo y le arrancó una larga tira, con la que se limpió metódica boca y ojos, respirando algo más relajada. Su abuela observó divertida como se sonaba las narices por enésima vez, luego pasó a revisarse sin prisas las encallecidas manos. A esas alturas Luisa, su supuesta amiga, hacía rato que había desaparecido.

—Espero que esta vez no sean demasiado crueles contigo —dijo Alex, echando un vistazo a la silla vacía.

Mi madre tragó saliva y comenzó a romper el papel en pequeños trocitos.

—Lo sé abuela, sé que soy muy pesada… En cuanto me tranquilice me iré.

—No seas tonta, aguilucha, no hagas caso a esas engreídas, mucho sacar fotos para reírse de las desgracias ajenas, pero...

Alzó la vista de sus nudillos para descubrir a María, mi madre, compungida y cabizbaja, tirando papelitos al suelo entre hipos y gimoteos. Torció la cara malhumorada, frunciendo su nariz de ave rapaz.

—No, en realidad te lo mereces, a todas nos resulta molesto que últimamente sólo vengas aquí a llorar. ¿Por qué te fuiste?

—No lo sé, no lo sé, yo no quería volver otra vez así, pero es que parecía que todo se había arreglado y de pronto... —mamá volvió a echarse a llorar— Todo es culpa mía.

Mi bisabuela puso los ojos en blanco y suspiró profundamente.

—¿Qué ha pasado esta vez? ¿Te lo has vuelto a encontrar besando a otra, os habéis peleado, se ha cansado de ti, qué?

—No, no, no pasa nada de eso, es que... Creo que lo vamos a dejar, y no está bien, parecía que todo se había arreglado, que todo iba a estar bien, pero ahora... Se ha terminado.

La vieja Alex le sonrío socarrona a sus dedos.

—¿Cómo estás tan segura…? ¿No decías que por fin habías encontrado tu media naranja, y que el tal Juan era el hombre de tu vida porque comprendía lo que era el amor verdadero y lo que significa una relación seria para toda la vida? ¿Y qué opina vuestra carabina de todo esto?

—No te rías de mí. No es eso, soy yo. Amaba a Juan, pero creo que ya no lo quiero. Me gusta, me gusta como amigo, pero ya no sé si quiero casarme con él.

—Así que eres tú quien se ha cansado de él.

—No lo sé.

—Así que no lo sabes... Hum, analicemos los síntomas —la vieja Alex comenzó a contarse  dedos— Ardor en la boca del estómago, escalofríos sin razón aparente, pérdida de apetito, confusión mental, destrucción injustificada de margaritas, congestión genital, pensamiento mágico, tendencia a sobre-dramatizar, ocurrencias delirantes, comportamientos compulsivos, no espera, eso ultimo aún lo tienes... Bueno, ¿te queda alguno de los otros síntomas?

—Me siento vacía —contestó mi madre sobre-dramatizando. 

—¿Nada más? ¿Algún síntoma físico?

—No, creo.

—Entonces, aguilucha, tu enamoramiento se acabó.

—Sí —reconoció mi madre a lágrima viva.

La vieja Alex suspiró comprensiva, descansando sus manos en el regazo.

—Pues entonces no sé a qué viene tanto disgusto, estas cosas son normales a tu edad. Tienes diecisiete años, en tu percepción del espacio-tiempo lo debes sentir todo como si fuera parte de una tragedia cósmica. Pero créeme, aguilucha, es lo normal, a tu edad y a cualquier otra: los enamoramientos se acaban.

—Tú no lo entiendes —gimoteó mi madre, limpiándose los mocos.

La vieja Alex estiró el cuello, indignada.

—Créeme, lo entiendo muy bien. Cuando te dijo que no le parecía bien que pasaras tanto tiempo aquí y tú lo obedeciste te dije que ese chico no te sentaba bien. ¿Por fin has comprendido por qué? —Alex dejó caer la cabeza de nuevo— Si quieres que te diga la verdad, me parece muy bien que lo vayáis a dejar.

Mi madre se estiró en la silla enrabietada.

—¿Esa es toda tu ayuda? Soy tonta por venir aquí. ¡Tú no lo entiendes! Cuando quieres a alguien de verdad tienes que hacer sacrificios. Yo no lo obedecí, llegamos a un compromiso.

—Por eso no te sienta bien. Ese compromiso era una mierda. ¿En que cedió él?

—Dejó de correr a caballo con sus amigos por estar conmigo, sabía que me daba miedo que se cayera, y lo dejó.

—Sigue siendo una mierda. Cuando tuviste tu primera regla y tu madre te sacó del colegio a rastras pataleaste como una fiera rabiosa. Te rebelaste. Querías seguir estudiando, estar con tus amigas de siempre. Por eso viniste aquí, con nuestras Maestras, conmigo.

—Era una niña tonta, no entendía nada de la vida, lo que se aprende aquí no sirve en el mundo real, además...

—¡A la mierda! Entonces tenías la cabeza en su sitio. ¡Este es el mundo real y no esa cueva dónde vives ahora! ¿Qué te ha pasado? ¿Qué he hecho mal contigo, qué hice mal con tu padre?

—No te enfades conmigo.

—No estoy enfadada contigo. Tres años estuviste aquí, hasta que te largaste “por amor”. En tres años no te pude enseñar a controlar tu empanada hormonal, y he aquí el resultado.

—Este Hogar es como un cuartel, aprendí disciplina.

—La disciplina es saber mantenerse dentro del camino que te has marcado, no dejarse llevar por el que otros te marquen. ¡No te pude enseñar nada!

—El amor es así, piensas que tu vida va a ser de una manera pero luego te lleva por otro camino.

—¡No digas más tonterías! No tienes ni idea de lo que es amar. Tú no amas a tú novio, estás enamorada y los enamoramientos se acaban, y hoy has venido aquí a llorar por eso. Dormirás aquí y mañana serás más fuerte. Todo se tiene que acabar.

Hacía rato que mamá había dejado de llorar y defendía su tesis con energía.  

—No pienso dejar a mi novio. Esto es una crisis pasajera, necesitaba alejarme de todo un par de días, nada más. Dormiré aquí, mañana seré más fuerte, pero me mantendré dentro del camino que me he marcado. Tú no eres nadie para decirme cuando tengo que dejar a mi novio.

La vieja Alex sonrió satisfecha.

—Vaya, al fin sacaste el genio. No me has comprendido: todo se acaba. Es ley de vida. Y por suerte para todas, los enamoramientos duran sólo dos o tres años.

—Tú no lo puedes entender, no crees en el amor. El amor, el amor de verdad, dura para siempre.

—Eso no es amor, son hormonas. ¿Sabes por qué sé que estás enamorada? Porque crees que jugar a las babosas dura para toda la vida. Eso son niñerías.

—Abuela, no empieces.

—Sé que te molesta pero me da igual. Son las hormonas las que te hacen creer que tu señor novio es el maldito centro del universo y que todo va a ser siempre igual. Te engañan, y eso hay que superarlo. Lo mismo que un hombre debe aprender a controlar su agresividad, una mujer debe aprender a administrar sus Vínculos de Carne.

—Abuela, no necesito sermones, estoy enamorada, sé lo que es amar. Amar es mirar a una persona y sentir como si la conocieras de toda la vida.

—Engaño hormonal y pensamiento delirante, ahí lo tienes.

—Es una metáfora. Tú me enseñaste las metáforas, ¿recuerdas?

—¿Quieres que te cite los Diarios de la Verónika?

—No, por favor.

Pero mi bisabuela ya había sacado su grueso Interfaz de madera lacada en negro mate, y aporreaba el teclado con su enorme y nudoso pulgar.

—Escucha: viernes 22 de junio del año 56 después del Fin. “Amar significa saber mantener tus Vínculos de Carne a través del tiempo y el espacio. Sólo amas cuando eres capaz recordar a esa persona a mil kilómetros de distancia, mil años después, mil parejas por medio. Te enamoras de una persona, pero amas mil a un tiempo. Sólo puedes llegar a amar después de toda una vida. No hay amor sin pruebas de amor.” Tú tienes 17 años y yo tengo 68. Por eso sé lo que es amar y tú sólo estás enamorada.

Mi madre resopló con hastío.

—No, no lo entiendes. Mi madre casi obligó a mi padre a firmar el compromiso y me estaba preparando el ajuar. La boda está ya planificada, nos vamos a casar en cuanto cumpla la mayoría de edad. El Pastor estaba dispuesto a adelantar la boda, pero mi madre insistió en esperar a mi cumpleaños. No puedo volver y decirle que lo dejamos. Pensara que es culpa suya, será un escándalo, me echará de casa.

—Perfecto, te recibiremos con los brazos abiertos. ¿En qué camión quieres dormir?

El sorprendido rostro de mi madre se contrajo en una mueca burlona.

—¿Aquí? ¿Para vivir a la intemperie rodeada de cámaras grabándome a todas horas? Creo en el amor, y una de las cosas que necesita el amor es intimidad. Aquí no hay intimidad, no tenéis pudor, ni siquiera delante de los niños, por eso me fui.

—¿Y cuál es la otra opción? Vivir encerrada entre cuatro paredes el resto de tu vida, atada a un solo lugar, encadenada a un solo hombre, esclava de su dinero y criando como una coneja hasta darle una docena de hijos que dirá que son suyos. En las colonias viven como si acabaran de salir de la cueva, construyen sus casas con muros así de gordos y con las ventanas a dos metros del suelo. ¡Ahí encierran a sus mujeres! ¡Para hacer con ellas todo lo que quieren!

—Mi novio nunca me haría daño.

—¿Cómo lo sabes?

Mi madre apartó la mirada. Siempre eludía esa pregunta, sin embargo se había pasado su vida entre mujeres, en la escuela, en casa, con sus amigas, conocía las historias. No era estúpida. Nunca se podía saber con lo que una se iba a encontrar, y cuando te lo encontrabas, no se podía hacer nada. Incapaz de contestar recurrió a fuerza mayor.

—Abuela, son resoluciones de Naciones Unidas, se tienen que cumplir. Se necesita gente, tienen que nacer más niños para reconstruir el mundo. Aquí tenéis hijos, sí, pero en muy malas condiciones. Siempre de un lado a otro, sin un techo, sin ir a la escuela, eso no puede durar.

—Eres como tu padre, no sabes nada del mundo en que vives.

Ante tamaña afrenta mi adolescente madre decidió sacar la artillería pesada.

—Mira quien fue hablar, tú te quedaste embarazada de la tía Ana con mi edad.

La vieja Alex ni se inmutó.

—Quise quedarme embaraza y lo hice. Me gané el Respeto de mucha gente al hacerlo.

—Eras menor de edad, no estabas casada, ni siquiera sabes quién es mi abuelo. ¿Eso es hacerse respetar? Papá se avergüenza de ti, ¿sabes?

—Te recuerdo que en La Red nadie se casa.

—¿Y crees que con decir eso se arregla algo? Tú no eres nadie para darme lecciones sobre el amor. ¿Sabes dónde está mi abuelo, y el resto de padres de tus hijos? No lo sabes ni te importa. Eres incapaz de mantener una relación, no sabes lo que es el compromiso. Ni siquiera sé para que vengo aquí.

El rostro de mi bisabuela se entristeció al oír eso.

Mi madre cerró la boca, bajando la cabeza contrita.

—No, sí lo sé… Vengo porque eres mi abuela preferida, y sabes escuchar, pero…. ¡Pero no cuando te empeñas en darme lecciones! —exclamó alzando la cabeza bien alto.

La vieja Alex suspiró con amargura.

—Los Hogares no retienen a nadie, pero siempre lamentare haber permitido que tu padre se fuera. No sabe ni en qué mundo vive y te ha malcriado.

—Mi padre es un buen hombre, sólo se limitó a llevarme a la escuela.

De pronto la vieja Alex recuperó su humor habitual.

—¡Y tu madre te saco de ella! No digo que no me alegrase, está claro qué te estaban llenando la cabeza de mierda. Conozco a mi hijo, claro que es un buen hombre, pero también es un estúpido ignorante incapaz de ver más allá de sus narices. Y tú, cariño, eres igual que él, por eso eres mi nieta preferida.

—Gracias.

Seguirá en este Vínculo

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