Hoy continuamos con la cuarta parte del primer capítulo de La
Noche… En el tercero vimos a la hija de María, su madre, debatirse entre
recuerdos y cámaras, para, al final, entre lágrimas, estar dispuesta a ver los
videos sobre su joven madre que la vieja Alex le dejó…
Capítulo 1
Papá y Mamá
1.4
El Amor
Veinte años antes María, mi madre, era una romántica llorona.
¿Cómo podría definirla de otro modo después de ver el primer video?
Vivía entre dos mundos. Fue bautizada, escolarizada y todo su
material escolar comprado por su legal y razonable padre, Buitre Blanco, que nació
y creció en los Hogares nómadas hasta que el muy imbécil sentó la cabeza por
amor. Por supuesto también estaba su madre, Raquel, una pionera roja caribeña
de mucho cuidado, al menos de puertas para adentro, pues ella misma había
elegido, comprado y decorado su propia cárcel. Donde María vivía junto con los
variados hermanos y hermanas producto de esa unión. Pero cada vez que tenía una
crisis emocional a la que iba a ver era a mi bisabuela Alejandra, la vieja
Alex, su abuela.
El Hogar de la vieja Alex fue de los primeros en estar lleno
de cámaras de red, antes de que nadie las llamara cámaras del juicio y ojetes. Estaban
por todas partes: girando en lo alto de cada poste, mástil y antena, dentro y
fuera de las tiendas de campaña, en los parabrisas de los camiones, colgadas de
las marañas de cables, instaladas en cada esquina de las casas rodantes, sin
olvidar que cada excavadora, apisonadora y grúa tenía lo menos una docena incrustadas en la carrocería.
No era por capricho ni un experimento de ingeniería social, en aquel momento
había muy buenas razones para hacer algo así. Por eso tengo a mi madre grabada
llorando a moco tendido desde todos los ángulos posibles. Por alguna razón mi
señora bisabuela salvó y montó todas esas imágenes para mi disfrute y placer.
En un rincón, junto a una de las casas rodantes, bajo unos toldos
y medio escondida tras unas hamacas, estaba mi madre. Entonces una hermosa y
lozana flor colonial si no fuera por los parpados hinchados, los ojos enrojecidos
y el rostro contraído en un goteante rictus patético.
Al otro lado de la mesa plegable de aluminio la escuchaba Luisa,
una de las varias amigas de su edad que tenía en el Hogar. Su rostro curtido
por el sol exhibía una placida sonrisa consoladora, puntuada por breves asentimientos
de comprensión, seguidos de fotos con su enorme Interfaz.
Entonces aleteó una lona y apareció la vieja Alex con su habitual
mono verde oscuro, plantó diligente un rollo de papel higiénico en mitad de la
mesa y se dejó caer con todo su peso sobre una hamaca, dando un vaivén a su
caótico peinado de bruja. Luego se estiró todo lo larga que era, agitando los
pies hasta liberarlos de las sandalias, que cayeron de cualquier modo.
Mi madre agarró el rollo y le arrancó una larga tira, con la
que se limpió metódica boca y ojos, respirando algo más relajada. Su abuela observó
divertida como se sonaba las narices por enésima vez, luego pasó a revisarse
sin prisas las encallecidas manos. A esas alturas Luisa, su supuesta amiga,
hacía rato que había desaparecido.
—Espero que esta vez no sean demasiado crueles contigo —dijo
Alex, echando un vistazo a la silla vacía.
Mi madre tragó saliva y comenzó a romper el papel en pequeños
trocitos.
—Lo sé abuela, sé que soy muy pesada… En cuanto me tranquilice
me iré.
—No seas tonta, aguilucha, no hagas caso a esas engreídas, mucho
sacar fotos para reírse de las desgracias ajenas, pero...
Alzó la vista de sus nudillos para descubrir a María, mi madre,
compungida y cabizbaja, tirando papelitos al suelo entre hipos y gimoteos.
Torció la cara malhumorada, frunciendo su nariz de ave rapaz.
—No, en realidad te lo mereces, a todas nos resulta molesto que
últimamente sólo vengas aquí a llorar. ¿Por qué te fuiste?
—No lo sé, no lo sé, yo no quería volver otra vez así, pero es
que parecía que todo se había arreglado y de pronto... —mamá volvió a echarse a
llorar— Todo es culpa mía.
Mi bisabuela puso los ojos en blanco y suspiró profundamente.
—¿Qué ha pasado esta vez? ¿Te lo has vuelto a encontrar besando
a otra, os habéis peleado, se ha cansado de ti, qué?
—No, no, no pasa nada de eso, es que... Creo que lo vamos a dejar,
y no está bien, parecía que todo se había arreglado, que todo iba a estar bien,
pero ahora... Se ha terminado.
La vieja Alex le sonrío socarrona a sus dedos.
—¿Cómo estás tan segura…? ¿No decías que por fin habías encontrado
tu media naranja, y que el tal Juan era el hombre de tu vida porque comprendía
lo que era el amor verdadero y lo que significa una relación seria para toda la
vida? ¿Y qué opina vuestra carabina de todo esto?
—No te rías de mí. No es eso, soy yo. Amaba a Juan, pero creo
que ya no lo quiero. Me gusta, me gusta como amigo, pero ya no sé si quiero
casarme con él.
—Así que eres tú quien se ha cansado de él.
—No lo sé.
—Así que no lo sabes... Hum, analicemos los síntomas —la vieja
Alex comenzó a contarse dedos— Ardor en
la boca del estómago, escalofríos sin razón aparente, pérdida de apetito,
confusión mental, destrucción injustificada de margaritas, congestión genital,
pensamiento mágico, tendencia a sobre-dramatizar, ocurrencias delirantes,
comportamientos compulsivos, no espera, eso ultimo aún lo tienes... Bueno, ¿te
queda alguno de los otros síntomas?
—Me siento vacía —contestó mi madre sobre-dramatizando.
—¿Nada más? ¿Algún síntoma físico?
—No, creo.
—Entonces, aguilucha, tu enamoramiento se acabó.
—Sí —reconoció mi madre a lágrima viva.
La vieja Alex suspiró comprensiva, descansando sus manos en el
regazo.
—Pues entonces no sé a qué viene tanto disgusto, estas cosas
son normales a tu edad. Tienes diecisiete años, en tu percepción del espacio-tiempo
lo debes sentir todo como si fuera parte de una tragedia cósmica. Pero créeme,
aguilucha, es lo normal, a tu edad y a cualquier otra: los enamoramientos se
acaban.
—Tú no lo entiendes —gimoteó mi madre, limpiándose los
mocos.
La vieja Alex estiró el cuello, indignada.
—Créeme, lo entiendo muy bien. Cuando te dijo que no le parecía
bien que pasaras tanto tiempo aquí y tú lo obedeciste te dije que ese chico no
te sentaba bien. ¿Por fin has comprendido por qué? —Alex dejó caer la cabeza de
nuevo— Si quieres que te diga la verdad, me parece muy bien que lo vayáis a
dejar.
Mi madre se estiró en la silla enrabietada.
—¿Esa es toda tu ayuda? Soy tonta por venir aquí. ¡Tú no lo entiendes!
Cuando quieres a alguien de verdad tienes que hacer sacrificios. Yo no lo
obedecí, llegamos a un compromiso.
—Por eso no te sienta bien. Ese compromiso era una mierda. ¿En
que cedió él?
—Dejó de correr a caballo con sus amigos por estar conmigo, sabía
que me daba miedo que se cayera, y lo dejó.
—Sigue siendo una mierda. Cuando tuviste tu primera regla y tu
madre te sacó del colegio a rastras pataleaste como una fiera rabiosa. Te rebelaste.
Querías seguir estudiando, estar con tus amigas de siempre. Por eso viniste
aquí, con nuestras Maestras, conmigo.
—Era una niña tonta, no entendía nada de la vida, lo que se aprende
aquí no sirve en el mundo real, además...
—¡A la mierda! Entonces tenías la cabeza en su sitio. ¡Este es
el mundo real y no esa cueva dónde vives ahora! ¿Qué te ha pasado? ¿Qué he hecho
mal contigo, qué hice mal con tu padre?
—No te enfades conmigo.
—No estoy enfadada contigo. Tres años estuviste aquí, hasta que
te largaste “por amor”. En tres años no te pude enseñar a controlar tu empanada
hormonal, y he aquí el resultado.
—Este Hogar es como un cuartel, aprendí disciplina.
—La disciplina es saber mantenerse dentro del camino que te has
marcado, no dejarse llevar por el que otros te marquen. ¡No te pude enseñar nada!
—El amor es así, piensas que tu vida va a ser de una manera pero
luego te lleva por otro camino.
—¡No digas más tonterías! No tienes ni idea de lo que es amar.
Tú no amas a tú novio, estás enamorada y los enamoramientos se acaban, y hoy
has venido aquí a llorar por eso. Dormirás aquí y mañana serás más fuerte. Todo
se tiene que acabar.
Hacía rato que mamá había dejado de llorar y defendía su tesis
con energía.
—No pienso dejar a mi novio. Esto es una crisis pasajera, necesitaba
alejarme de todo un par de días, nada más. Dormiré aquí, mañana seré más
fuerte, pero me mantendré dentro del camino que me he marcado. Tú no eres nadie
para decirme cuando tengo que dejar a mi novio.
La vieja Alex sonrió satisfecha.
—Vaya, al fin sacaste el genio. No me has comprendido: todo se
acaba. Es ley de vida. Y por suerte para todas, los enamoramientos duran sólo
dos o tres años.
—Tú no lo puedes entender, no crees en el amor. El amor, el amor
de verdad, dura para siempre.
—Eso no es amor, son hormonas. ¿Sabes por qué sé que estás enamorada?
Porque crees que jugar a las babosas dura para toda la vida. Eso son niñerías.
—Abuela, no empieces.
—Sé que te molesta pero me da igual. Son las hormonas las que
te hacen creer que tu señor novio es el maldito centro del universo y que todo
va a ser siempre igual. Te engañan, y eso hay que superarlo. Lo mismo que un
hombre debe aprender a controlar su agresividad, una mujer debe aprender a administrar
sus Vínculos de Carne.
—Abuela, no necesito sermones, estoy enamorada, sé lo que es
amar. Amar es mirar a una persona y sentir como si la conocieras de toda la vida.
—Engaño hormonal y pensamiento delirante, ahí lo tienes.
—Es una metáfora. Tú me enseñaste las metáforas, ¿recuerdas?
—¿Quieres que te cite los Diarios de la Verónika?
—No, por favor.
Pero mi bisabuela ya había sacado su grueso Interfaz de madera
lacada en negro mate, y aporreaba el teclado con su enorme y nudoso pulgar.
—Escucha: viernes 22 de junio del año 56 después del Fin. “Amar
significa saber mantener tus Vínculos de Carne a través del tiempo y el espacio.
Sólo amas cuando eres capaz recordar a esa persona a mil kilómetros de distancia,
mil años después, mil parejas por medio. Te enamoras de una persona, pero amas
mil a un tiempo. Sólo puedes llegar a amar después de toda una vida. No hay
amor sin pruebas de amor.” Tú tienes 17 años y yo tengo 68. Por eso sé lo que
es amar y tú sólo estás enamorada.
Mi madre resopló con hastío.
—No, no lo entiendes. Mi madre casi obligó a mi padre a firmar
el compromiso y me estaba preparando el ajuar. La boda está ya planificada, nos
vamos a casar en cuanto cumpla la mayoría de edad. El Pastor estaba dispuesto a
adelantar la boda, pero mi madre insistió en esperar a mi cumpleaños. No puedo
volver y decirle que lo dejamos. Pensara que es culpa suya, será un escándalo,
me echará de casa.
—Perfecto, te recibiremos con los brazos abiertos. ¿En qué camión
quieres dormir?
El sorprendido rostro de mi madre se contrajo en una mueca burlona.
—¿Aquí? ¿Para vivir a la intemperie rodeada de cámaras grabándome
a todas horas? Creo en el amor, y una de las cosas que necesita el amor es
intimidad. Aquí no hay intimidad, no tenéis pudor, ni siquiera delante de los
niños, por eso me fui.
—¿Y cuál es la otra opción? Vivir encerrada entre cuatro paredes
el resto de tu vida, atada a un solo lugar, encadenada a un solo hombre,
esclava de su dinero y criando como una coneja hasta darle una docena de hijos
que dirá que son suyos. En las colonias viven como si acabaran de salir de la
cueva, construyen sus casas con muros así de gordos y con las ventanas a dos
metros del suelo. ¡Ahí encierran a sus mujeres! ¡Para hacer con ellas todo lo
que quieren!
—Mi novio nunca me haría daño.
—¿Cómo lo sabes?
Mi madre apartó la mirada. Siempre eludía esa pregunta, sin embargo
se había pasado su vida entre mujeres, en la escuela, en casa, con sus amigas,
conocía las historias. No era estúpida. Nunca se podía saber con lo que una se
iba a encontrar, y cuando te lo encontrabas, no se podía hacer nada. Incapaz de
contestar recurrió a fuerza mayor.
—Abuela, son resoluciones de Naciones Unidas, se tienen que cumplir.
Se necesita gente, tienen que nacer más niños para reconstruir el mundo. Aquí
tenéis hijos, sí, pero en muy malas condiciones. Siempre de un lado a otro, sin
un techo, sin ir a la escuela, eso no puede durar.
—Eres como tu padre, no sabes nada del mundo en que vives.
Ante tamaña afrenta mi adolescente madre decidió sacar la artillería
pesada.
—Mira quien fue hablar, tú te quedaste embarazada de la tía Ana
con mi edad.
La vieja Alex ni se inmutó.
—Quise quedarme embaraza y lo hice. Me gané el Respeto de mucha
gente al hacerlo.
—Eras menor de edad, no estabas casada, ni siquiera sabes quién
es mi abuelo. ¿Eso es hacerse respetar? Papá se avergüenza de ti, ¿sabes?
—Te recuerdo que en La Red nadie se casa.
—¿Y crees que con decir eso se arregla algo? Tú no eres nadie
para darme lecciones sobre el amor. ¿Sabes dónde está mi abuelo, y el resto de
padres de tus hijos? No lo sabes ni te importa. Eres incapaz de mantener una
relación, no sabes lo que es el compromiso. Ni siquiera sé para que vengo aquí.
El rostro de mi bisabuela se entristeció al oír eso.
Mi madre cerró la boca, bajando la cabeza contrita.
—No, sí lo sé… Vengo porque eres mi abuela preferida, y sabes
escuchar, pero…. ¡Pero no cuando te empeñas en darme lecciones! —exclamó alzando
la cabeza bien alto.
La vieja Alex suspiró con amargura.
—Los Hogares no retienen a nadie, pero siempre lamentare haber
permitido que tu padre se fuera. No sabe ni en qué mundo vive y te ha malcriado.
—Mi padre es un buen hombre, sólo se limitó a llevarme a la escuela.
De pronto la vieja Alex recuperó su humor habitual.
—¡Y tu madre te saco de ella! No digo que no me alegrase, está
claro qué te estaban llenando la cabeza de mierda. Conozco a mi hijo, claro que
es un buen hombre, pero también es un estúpido ignorante incapaz de ver más
allá de sus narices. Y tú, cariño, eres igual que él, por eso eres mi nieta
preferida.
—Gracias.
Seguirá en este Vínculo
espero entusiasmada,la continuación. Un abrazo
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