Hoy presentamos:
Lana era una Jodida Mujer Normal
Levantó el enorme revolver plateado, lo
agarró temblorosa con las dos manos y sin pensar más, disparó, llenando el
espacioso interior del coche, los amplios asientos, el salpicadero, el
retrovisor y a si misma de sangre y pedacitos.
Salió del coche trastabillando, dejando atrás
la puerta abierta. Tropezó con el parachoques y cayó de cualquier modo, pero sin
soltar el arma. Echó a correr, perdiendo los zapatos, pequeña sobre la recta de asfalto. Corría por mitad del
desierto rojizo y gris, entre breves riscos sobre los que se ponía el sol.
Corrió todo lo rápido que pudo, con la falda rota, las medias arruinadas, sucia
de grasa y polvo, con el pelo apelmazado y pegado sobre la frente inundada. Con
un estertor se apartó de la carretera y siguió campo a través, entre arbustos y
cactos de extrañas formas, siguió y siguió, hasta que se dejó caer de rodillas,
entre dos inmensas pitas mutantes. Se arrastró buscando sombra y seguridad. El
revolver al fin se desprendió de sus dedos y chocó contra el suelo como una
pesada losa. Lana se agarró la cabeza con las manos, hundiéndose sobre si hasta
que su cara rozó el pedregal reseco.
—Joder,
joder, joder, joder, joder, joder, joder, joder, joder, joder, joder, joder,
joder, joder...
Estuvo musitando “Joder” durante al menos
cinco minutos. De pronto se incorporó y miró confusa a su alrededor, como si no supiera que hacia
allí. Se quiso colocar bien una horquilla doblada. Un triste resto de lo que
días atrás había formado parte de un bonito peinado de peluquería. El último
recuerdo de su vida como mujer normal. Lo dejo por imposible al quinto o sexto intento,
y empezó a sollozar.
El último rayo de sol desapareció tras el
risco rojizo y polvoriento.
Esta es la historia de cómo la palabra
“joder” entró en su vocabulario.
I
La vida de Lana como mujer normal empezó
en una casita prefabricada con jardín perdida entre cientos de otras casitas
prefabricadas con jardín en un ordenado suburbio de la ciudad de Sión, capital
espiritual de los Estados Unidos de America desde su refundación, en el año 56 después
del Apocalipsis. El alumbramiento ocurrió en el pequeño sanatorio yihadista del distrito, donde
solo podían acudir mujeres acompañadas por algún miembro masculino de su
familia. Sin embargo pocas accedían a desnudarse sin estar presente una enfermera
o comadrona, a pesar de que estas últimas no tenían título de médico. En el
caso de Lana tal situación a punto estuvo de poner fin prematuro a su vida. Su
madre rompió aguas en mitad de la noche, la comadrona se dio cuenta de
inmediato que iba a ser necesario practicar una cesárea, pero el medico
autorizado estaba ocupado con una urgencia. Lana nació azul y solo un milagro
evitó un daño cerebral irreversible. Tristemente eso no era algo que se saliera
de lo normal. Muchos niños y madres californianas morían en circunstancias
similares, algo inadmisible cuando la pervivencia de la humanidad seguía
gravemente amenazada. Ninguna vida podía ser desperdiciada.
En el Capitolio de Washington-Seattle
surgieron voces asegurando que el problema se podría solucionar permitiendo a las
mujeres doctorarse en medicina. Una peregrina idea que nadie sensato tomó en
serio. La política de Naciones Unidas era taxativa en ese sentido: el papel de
las mujeres era traer hijos al mundo en la seguridad de un hogar o clínica
autorizada por la Yihad. Así aparecía en la propia Constitución, en la misma
enmienda que reconocía a las tres religiones de la Santa Alianza como religiones
de estado y donde se definía claramente el lugar de cada sexo en el Milenio de
Dios.
Lejos del artificio diplomático de los pasillos alfombrados, en los jardines, parques, tiendas, sinagogas, mezquitas e iglesias que rodeaban el gran Templo de la Alianza en Sion, el pueblo llano comentaba la verdadera razón sin preocuparse por formalidades. No se podía volver a la época en que las mujeres se volvieron locas. Cuando, seducidas por los falsos ídolos de la codicia por el dinero y la vanidad de la imagen, habían despertado la ira de Dios en sangrientas orgías donde fornicaban con animales y asesinaban niños en nombre de la promiscuidad y el libertinaje. El justo castigo de Dios no recayó solo sobre sus pecadoras cabezas, sino también sobre las de los hombres de su familia, por haber permitido que fueran a la universidad. Error que las apartó de su destino natural como mujeres y pervirtió sus mentes lanzándolas en brazos del anticristo. El Milenio de Dios debía ser perfecto, algo así no se podía volver a permitir.
Lejos del artificio diplomático de los pasillos alfombrados, en los jardines, parques, tiendas, sinagogas, mezquitas e iglesias que rodeaban el gran Templo de la Alianza en Sion, el pueblo llano comentaba la verdadera razón sin preocuparse por formalidades. No se podía volver a la época en que las mujeres se volvieron locas. Cuando, seducidas por los falsos ídolos de la codicia por el dinero y la vanidad de la imagen, habían despertado la ira de Dios en sangrientas orgías donde fornicaban con animales y asesinaban niños en nombre de la promiscuidad y el libertinaje. El justo castigo de Dios no recayó solo sobre sus pecadoras cabezas, sino también sobre las de los hombres de su familia, por haber permitido que fueran a la universidad. Error que las apartó de su destino natural como mujeres y pervirtió sus mentes lanzándolas en brazos del anticristo. El Milenio de Dios debía ser perfecto, algo así no se podía volver a permitir.
La cosa cambiaba en los clubs del
cinturón corporativo, donde los hombres menos religiosos, que se jactaban de un
punto de vista realista y escéptico de la vida, lo veían todo de forma práctica,
sonriendo con la boca torcida y un Martini en la mano. El cometa Trinidad había
despoblado el mundo, el milagro fue que el hombre sobreviviera. Pretender que
solo un siglo después las mujeres volviesen a perder el tiempo estudiando en
lugar de dedicar todas sus energías a traer más consumidores, funcionarios y agradecidos
votantes al mundo era malgastar recursos, una ingenua utopia, algo inadmisible
cuando la pervivencia de la humanidad seguía gravemente amenazada. Ninguna vida
podía ser desperdiciada.
El drama y la polémica que rodearon su
nacimiento se convirtieron en tema habitual durante las sobremesas a las que
Lana asistió durante toda su infancia. Desde el jardín, jugando con sus muñecas
en la arena, con su melenudo perro Indiana o conversando con sus amigas, podía
oír muy bien las discusiones de los mayores. Resonaban graves en el silencio de
media tarde, solo roto por el chasquido de los aspersores o algún coche aislado
que volvía a casa. Eran vehículos enormes, Chevrolet Rebirth de grandes carrocerías pintadas
en vivos colores metálicos y llenas de cromados, que despertaban su admiración
infantil. Hasta que aprendió que lo normal era que el gusto por los coches fuera
cosa de chicos.
Su padre era ingeniero en la New General Motors, tenia un sentido realista y escéptico de la vida, le gustaban los
Martini y siempre hablaba de coches con sus tres hermanos mayores, empleando
complicados tecnicismos que la dejaban asombrada. Su madre formaba parte de la
comunidad local de la Yihad de la
Reconstrucción, y cada domingo su marido le daba el dinero para el donativo.
Una vez Lana tuvo el honor de llevar el sobre: “Reconstruyendo la Civilización
del Hombre con la Ayuda Dios” aparecía escrito en el reverso en grandes letras
de molde. Tenía seis años y fue la primera vez que vio un musulmán. En Sión,
fuera del centro y los edificios administrativos, la primera religión del mundo
estaba muy poco representada. Así, en el Templo al que acudía su madre solo
habían construido la iglesia, mientras que judíos y musulmanes debían congregarse
en pequeñas salas adjuntas, donde se ofrecían servicios para los escasos fieles
desperdigados en las extensas urbanizaciones.
En el barrio llamaban a su padre señor Wilson, de
nombre John. Nunca había salido de California, salvo una vez. Su madre, en
cambio, se llamaba Antonia Cienfuegos, y había nacido en el estado sureño de Veracruz,
frontera con la URDC. La única vez que el señor Wilson salió de su estado lo
llamaban sargento Wilson y era parte de la fuerza expedicionaria enviada al sur
para contener el avance de los comunistas caribeños en territorio
estadounidense. Nunca entró en combate y se paso los tres últimos meses de la
guerra construyendo puentes en la retaguardia, así conoció a su futura esposa,
enfermera auxiliar del Servicio Social. Durante el mes de permiso del que
disfrutó una vez firmado el acuerdo de paz no dudó en presentarse al padre de
Antonia y pedirle la mano de su hija. La familia de Antonia vivía en la costa y
los hombres se dedicaban a la pesca. Lo habían perdido todo en los bombardeos
de la artillería naval castro-bolivariana, y el anciano, padre de otros ocho
vástagos y ya abuelo de seis nietos, estuvo encantado de tener una boca menos
que alimentar. Antes de terminar su permiso se casaron y cogieron un tren hasta
Sión, donde, gracias a las inversiones estatales en industria bélica, acababa
de abrir la primera fábrica de automóviles desde el fin de los tiempos. El
resultado final de la mayor aventura de la vida de sus padres fue que la lengua
hablada normalmente en casa de Lana era el español, pero en una variedad donde
no existía la palabra “Joder”
Para encontrar el origen de esa palaba había
que viajar al este, cruzando las Montañas Rocosas, más allá del Mar de Cenizas y del
océano lleno de monstruos, hasta el continente inexplorado de Europa. La
variedad a la que pertenecía era el llamado español radial, hablado en la
península ibérica, en la bota italiana, en lo que una vez fue Grecia, en la
madre África al oeste del Nilo y en la madre Rusia, sin olvidar la llanura Argentina.
Era la lengua que hablaban las rameras, putas, cerdas, terroristas e hijas del
anticristo. Los padres de Lana no se lo quisieron decir claramente hasta que no
fue lo bastante mayor, por no asustarla, pero los ejércitos de La Bestia aún no
habían abandonado este mundo.
Lana, sentada en la cama, abrió como
platos sus grandes ojos azules.
—¿Cristo no los venció?
Su oronda madre sonrió enternecida ante
el candor de su hija, que entonces tenía solo diez años y peinaba un hermoso
pelo ondulado del color de la antigua caoba.
—La Biblia nos habla en metáforas cariño,
el Armagedón aun continua.
—¿Continua? ¡Pero mami, si no estamos en
guerra!
—No es verdad, por eso es una metáfora,
como las de los cuentos.
—¿La Biblia es un cuento?
—¡No! —gritó su madre mirando inquieta
alrededor, sobresaltando a Lana, que decidió que era mejor no volver a hacer
preguntas raras.
Su madre respiró hondo antes de seguir,
en voz más baja.
—No, cariño, claro que no, no te asustes.
Tu mami es solo una mujer inculta, el pastor te puede explicar mejor que es una
metáfora. El domingo se lo preguntaremos.
Pero Lana no parecía demasiado satisfecha
con la perspectiva.
—¿Por qué no hay guerra si el Armagedón
sigue? ¿Por qué no vamos a matar a todas las remeras y...? —Frunció la nariz
dubitativa— ¿Qué es una re... ra-mera?
Su madre enrojeció.
—¡El pastor te lo explicara mejor! —dijo
a toda prisa, pero de inmediato se dio cuenta que no era una buena idea, al
pensar en el mal rato que le iban a hacer pasar al pobre hombre. Su hija
comprendió rápida que esa era otra cosa rara sobre la que no se podía
preguntar.
—¿Pero por qué no hay guerra? —insistió.
—Hay una tregua —acabó confesando su
madre.
—¿Una tregua... entonces las rameras son comunistas...? —preguntó Lana, desconcertada.
—No, cariño, se firmó la paz, ahora los comunistas son nuestros buenos aliados.
—¿Pero como puede haber una tregua
con el diablo? ¡Mami, mentir es pecado!
—No te miento, mi amor, no se puede estar
siempre en guerra, cuando hay guerra nacen menos bebes, las personas de bien pasan
hambre y mueren muchas mamacitas.
—Pero eso es justo lo que quiere el
diablo, por eso hay que vencerlo. ¿Cómo el Presidente es tan tonto? Las rameras
son demonios, solo piensan en maldades, no entienden lo que es la paz.
—Ellas nos entienden —dijo de pronto su
madre, abstraída.
—¿Nos entienden…? —Lana se extrañó— ¿Qué
quieres decir, mami? Los ángeles matan a los demonios porque hay que matarlos,
da igual si nos entienden o no.
—La vida es complicada, cariño —suspiró
su madre.
Lana se quedó llena de dudas, pero fue
prudente y no preguntó más.
Fue la primera conversación larga que
tuvo sobre las otras.
¡Muy Bueno!!
ResponderEliminarmuy interesante, pero despierta el apetito de saber más. Espero que la continúes y la termines... a no ser que otros te digan que sería mejor continuar con otra.
ResponderEliminarSe me ha borrado el comentario. Ya sabes que la informática no es lo mio. Comentaremos de palabra
ResponderEliminarTeresa, no eres la única, a mi también, jajaja
ResponderEliminarDecía, que menuda la que le espera a Lana!!!
ResponderEliminarEspero impaciente el próximo martes :)