martes, 29 de septiembre de 2015

Primeros Capítulos: La Noche del Divorcio Traumático (1.2)

Continuamos con el segundo episodio del primer capitulo de La Noche del Divorcio Traumático..."¿Como se gesta una guerra? En mi caso todo empezó en la habitación de una niña, acostada en su camita, con su muñeca..."


 Capítulo I
Papá y Mamá



1.2
El Interfaz


 Mamá. 

—¡No lo sé!

Papá.

—¿No lo sabes, no sabes quién era ese hombre? ¡Pues por la forma en que te ha saludado nadie lo diría!

Yo.

Tapándome la cabeza con la almohada en el piso de arriba. 

Por el momento la discusión tenía el volumen de una encendida conversación, pero eso no duraría mucho tiempo. No sólo me tapaba, también había cerrado la puerta, girando el picaporte y todo. Mas valía tomar precauciones, tenía que dormir, sino volvería a llegar tarde a la escuela. Si además rompían cosas o había golpes, mamá no podría acompañarnos hasta el ómnibus. Cada vez que sucedía cogía mi muñeca sin nombre y la estrujaba con fuerza, rezando por dormirme de una buena vez. Pero era imposible, abajo la cosa arreciaba.

—¿Quién era? —resonaba mi padre justo debajo de mí.

—Te he dicho que no lo sé —respondía mi madre, cada vez más nerviosa, asustada— No lo sé, conozco a mucha gente, quizá fue alguien que estuvo en el Hogar, un amigo de mi padre, o de mi abuela, yo...

—¡Otra vez tuvo que salir tu abuela! ¡Conoces a demasiada gente que yo no conozco! ¡Estás mintiendo, María, otra vez estás mintiendo! ¡Ese hombre era demasiado joven para ser amigo de tu padre! No me rehúyas la mirada ¿de qué lo conoces?

—Tú no lo entiendes, si vive en los Hogares es fácil que no lo conozca y que aun así sepa quién soy yo.

—¡SÍ lo entiendo, lo entiendo muy bien! ¿Crees que no sé lo que pasa en esos asquerosos Hogares? ¡Lo sabe todo el mundo! ¡Ahora te acuestas con hombres que no conoces! ¿Te han obligado, o ha sido por propia voluntad?

—Yo no me he acostado con nadie, Héctor, te lo juro, te lo prometo.

—¡Ah, mierda! Ya estás llorando otra vez.

—Me estás atosigando…, sólo fui a llevar a las niñas a la escuela, y al volver nos cruzamos, nada más, por favor.

—No me mientas, ya lo hiciste con ese desgraciado de Steven, y luego resultó que te lo habías follado un millón de veces. ¡Puta malcriada! ¿Cómo podía saber quién eras?

—Héctor, fue antes de conocerte, además, sé bien cómo te pones, no quería que hicieras una escena delante de las niñas.

Ese era el momento en el que mi señor padre se levanta rojo de furia, desplegando sus gruesos brazos de operario de maquinaria en toda su envergadura.

—¡¿Yo hago escenas, tú me conoces?! ¡Deja de hablarme de Steven! ¿Ese tipo, cómo se llama, cómo sabía quién eras?

—Por favor, Héctor, no puedes fiscalizarme toda la vida. Te he dicho que no lo sé, eso, en La Red es lo normal.

—¡¿ALGO NORMAL?! ¡Me tratas de imbécil! ¡La culpa la tiene este maldito trasto! ¡No lo quiero en mi casa, no cerca de mis hijas! ¿Cuántas veces te he prohibido que lo tengas? ¡Conoces a demasiada gente que yo no conozco y eso se tiene que acabar, me oyes!

—¡Déjame en paz! ¡Es mi vida, mi familia! ¡Tú no me prohíbes nada! —exclamó mamá, ahora era cuando dejaba de llorar y se ponía de pie. 

—Vaya, ahora la niña sacó el genio. ¡Estás en mi casa y en mi casa mando yo!

—No mandas en mí, soy una persona. Si no lo entiendes yo no tengo la culpa. 

Esa siempre era la mejor parte. Recé para que ganara ella. Hasta mi padre sabía que tenía que forzar las neuronas cuando la discusión llegaba a ese punto. Saqué la cabeza de debajo de la almohada y escuché. Un minuto más y la cosa terminaría, pero no fue así.

—¡Puta malcriada..., tú que sabrás de nada! —Gritó titubeante— Está lo público y lo privado… Lo que está fuera y, y lo que está dentro… Tú te casaste conmigo, estás dentro de mi casa, que compré con mi dinero, bajo mi techo, entre mis paredes, y debes obedecerme. Si no lo entiendes traigo al mulá y que te lo explique. ¡Se acabó ser una mujer pública, y se acabó este puto trasto!

—¡No necesito ningún mulá, a ti esta casa te la regalo tu papá, jodido rojo tullido de mierda! ¡Si tienes trabajo es porque en estos tiempos hasta la carroña tiene trabajo! ¡Haré lo que me dé la santa gana!

—¡¿Entonces te has acostado con ese desgraciado?!

—¡Sí, me lo he pasado por los bajos, a él y a todo el vecindario, mulá incluido! ¡Deja eso, deja eso ahora mismo! ¡¿Qué haces?! —chilló furiosa. 

No me fue difícil imaginar el Interfaz de mamá atravesar volando todo el comedor hasta destrozar la cristalera del pasillo. Pero aún tuve esperanza, y clavé los dedos en mi muñeca, rezando. “Mamá nos llevaría al ómnibus, mamá nos llevaría al ómnibus”

—Hijo de puta —respondió ella con firmeza después de ganar el juicio mental. 

Fría cómo un bisturí.

Eso siempre sacaba a mi padre de sus casillas en curso de no retorno.

—¡¿Quién es la puta, eh, quién es la puta?! ¡LA PUTA ES MI MADRE! —Por su parte la mía farfulló algo sobre diez hijos y una coneja que no entendí— ¡Repite eso si te atreves! ¿Dónde vas?

—Soy una persona, no tengo porque soportarte más escenas, voy a recoger lo que has tirado y luego me voy con las niñas.

—¿Ah sí, y dónde vas a ir?

—Volveré con mi abuela —respondió sin dudar.

—¿Te crees que soy idiota? Tu, tu abuela está a dos mil kilómetros de aquí... ¿Dónde está? ¿En África, en la Argentina...? No me lo digas: no tienes ni idea. A esa gente no le importas.

Algo se había añadido a la voz de mi padre, lo noté enseguida. Era el timbre del miedo.

—Existen los dirigibles, y es mi familia. Me voy.

Oí abrirse y cerrarse la puerta del armario del vestidor, y el repiqueteo de los zapatos al sacarlos.

—¿Qué haces? ¡No te vas a llevar a mis hijas a ningún sitio, párate!

—¿No lo ves? Me voy.

—María que te la ganas... ¡Que te pares te he dicho!

Los rápidos tacones de mi madre pasaron por debajo de mi cama.

—Muy bien, vete —dijo mi señor padre—, pero mis hijas no van a salir de aquí.

—Ya no son tus hijas.

—¡Párate, párate ya!

En ese momento mi madre ya subía la escalera, dispuesta a despertar a mi hermana mayor, los taconazos sonaban duros, golpeando cada escalón. Era el final.  

—¡Que te pares, coño! ¡Quítate eso, que te lo qui-tes!

—¡Suéltame! —chilló mamá aterrada, toda la firmeza se había ido por el retrete.

—No me rehúyas la mirada, que no me rehúyas.

—¡No! —sonó como cuando se le pega una patada a un perro.

Hubo más golpes. Uno, dos, tres... perdí la cuenta.

Luego toda la casa tembló repetidas veces, fruncí la frente. 

¿Estaba pateando el suelo o...?

Si hubiera seguido con la cabeza bajo la almohada no habría podido escuchar como mamá subía sola a su cuarto, silenciosa como un fantasma.

Luego pude oír mi padre llorar en el comedor. Más tarde subió él también al cuarto donde estaba la cama de matrimonio. Después hubo una larga conversación que no pude escuchar bien, llena de gimoteos y apesadumbrados susurros. Me esforcé en prestar atención, pero me dormí.


Al día siguiente, durante el desayuno, todo transcurría como si no hubiera pasado nada. La cocina estaba inundada de luz y mi señor padre desayunaba tranquilamente tras la sabana del Barna City Times, mascando la panceta que le acababa de freír mamá, que tenía la mitad de la cara violeta.

Mi hermana y yo nos quedamos mirando el plato en silencio. 

Mi señor padre bajó la hoja de su periódico con una sonrisa.

—Comeros la panceta, niñas, está muy buena —dijo guiñándonos un ojo—, hoy la ha hecho mamá. 

Seguidamente le dedicó una beatifica sonrisa a mi madre, que se la devolvió.

Perdí el último resto de apetito.

—Sí, padre —contestó mi hermana, átona.

De pronto mamá me pasó una mano suave por el pelo.

—Cariño, me parece que hoy tendréis que ir solas hasta el bus, ¿te importa?

Volví la cabeza. Mamá quería ser tranquilizadora, pero su sonrisa no engañaba a nadie.

—Claro que no, mamá —dije.

Por supuesto obedecimos a mi padre y nos comimos la panceta, los huevos y todo lo demás lo más rápidamente posible. 

Tanto que se me derramó zumo sobre el vestido de la escuela.

Mi padre no se enfadó.

Mi hermana me ayudó a cambiarme y luego fui a peinarme de nuevo antes de salir. 

En el baño estaba mamá, mirándose al espejo cubriéndose la mejilla dolorida con la palma de la mano. No me oyó entrar. El cepillo estaba sobre el bidé, así que lo cogí y me peine yo sola, mirándome en el espejo del armarito. Cuando juzgué que la cosa tenía un aspecto razonable volví a dejar el cepillo donde lo encontré. Mamá seguía en la misma postura, delante del lavabo, sin moverse. Antes de salir me apoyé en el dintel y la observé durante unos momentos.

—¿Te duele mucho mamá?

Mi madre se sobresaltó al descubrirme. Negó con la cabeza. Se volvió y dejó caer la mano. El baño estaba lleno de luz y pude ver bien la pequeña tirita mal colocada que cerraba un corte sobre el pómulo, ennegrecido por el cicatrizante.

—¿Vas a ir al médico?

—Hoy no voy a salir.

—¿Te ha curado papá?

Afirmó en silencio con la cabeza. Luego pestañeó con fuerza, respiró hondo y echó a andar hacia mí.

—Anda, ven que te arregle ese pelo.

Me colocó frente al espejo y me peinó correctamente, colocándome bien la trenza. Cuando terminó me puso las manos sobre los hombros y sonrió complacida.

—Lo ves, ya eres persona —dijo y colocó el cepillo en su sitio encaminándose a la puerta—. Ahora baja, que tu hermana te tiene que estar esperando.

Cuando salió me quedé mirándome en al espejo, como antes había hecho ella. Me observé fijamente, hasta que se me cansaron los ojos. Bajé la vista y entonces vi un reguero de sangre aguada en el lavabo, al final del reguero había un diente, un diente con pulpa y todo.

Mi hermana estaba muy seria, apenas habló mientras cogíamos las carteras, calzábamos los zapatos, y nos poníamos los sombreros de paja, con sus cintas azules. Tenía once años. En uno o dos se convertiría en mujer, dejaría de ir a la escuela, y maldita la gracia que le hacía.

Dejamos la parte privada de la casa y cruzamos el reseco jardín. El comedor de invitados donde mi padre recibía al mulá y al resto de fuerzas vivas de la colonia estaba justo debajo de mi habitación, separado del pasillo que llevaba hasta el recibidor por una bonita cristalera, o al menos así la recuerdo. Nadie había barrido los cristales rotos.

En el recibidor yacía destrozado el Interfaz de Red de mi madre. La recia pantalla estaba agrietada y desencajada, el marco de madera partido, y el teclado había sido apisonado a base de violentos taconazos. Mi padre sabía hacer buen uso de su pierna sana, cuando quería. 

Salimos pisando las teclas esparcidas por todas partes, que nos siguieron rebotando hasta el exterior.


2 comentarios:

  1. escribes muy bien, y entiendo que estés satisfecho de cómo te ha quedado este 1º capítulo. Pero a mi la violencia, sin dejar de reconocer que es una pura realidad, me repugna. No dejo de leerla, escucharla, etc., pero prefiero, para lo que me quede de vida, bondad y alegría. Es mi sincera opinión: muy bien escrita, pero para mí, desagradable.

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  2. Bueno, satisfecho porque te deja frito/a, creo que si te ha resultado desgradable es que el episodio ha cumplido su objetivo, y sin usar un punto de vista explícito, la idea era esa, violentar sin caer en la apología de describir con detalle... a mí también me desagrada, quizá por eso me salió el punto de vista de la hija... El problema de empezar duro es espantar al lector... en lo que sigue el tono se suaviza bastante xD

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